El instinto contra la razón
El ser humano es el único ser vivo en la faz de la tierra
con capacidad para razonar y pensar premeditadamente nuestros actos. El resto
de animales del planeta se dejan guiar por su instinto, una fuerza que guía sus
pasos sin pararse a pensar porqué lo están haciendo, que les ha llevado a ello
o si van por el camino correcto. Un animal come cuando tiene hambre y duerme
cuando tiene sueño. En cambio el ser humano come a la hora de comer y duerme a
la hora de dormir, porque nuestro cerebro ya lo ha asimilado como algo
habitual.
El instinto es la fuerza guiada por el corazón, y la
capacidad de razonar es controlada por el cerebro. Estos son los dos motores de
nuestros actos, que la mayor parte de las veces se contraponen y nos hacen
elegir entre lo que es correcto según nuestro criterio y lo que realmente
queremos y deseamos. Porque lo que el corazón nos pide muchas veces no
concuerda con lo que nuestro cerebro nos ordena, ya sea porque no está bien
visto o porque no es lo que se espera de nosotros.
Podemos desear una cosa desde lo más profundo de nuestro
corazón, querer hacer lo que nuestro cuerpo y nuestro instinto nos piden,
aunque no sea lo más correcto ni aparentemente lógico, y el cerebro siempre va
a estar ahí para recordártelo.
La relación que mantienen el cerebro y el corazón es
comparable a la que tiene un hijo con sus padres, que nos insisten en que
hagamos lo que ellos creen que es lo mejor para nosotros, pero nuestro corazón no
nos pide eso, nos pide que hagamos lo que realmente queremos, y pensamos que
nuestros padres nunca van a llegar a entendernos y comprendernos.
En definitiva, aunque la razón y los sentimientos no se
entiendan, es necesario ser capaces de razonar las cosas, tener inteligencia,
porque esto es lo que nos diferencia de los animales, pero también hace falta
querer hacer algo, con el corazón, porque si no solo seriamos maquinas bien
hechas.

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