Según los
estudios hablados en clase, en los países más desarrollados es donde más alta es la tasa de suicidios.
Parece ser que existen más suicidios en
los lugares donde es más fácil tener de todo que en los que apenas tienen medios
para sobrevivir. Esto hace que nos preguntemos, ¿Por qué no se valora la vida
cuando tenemos de todo? y ¿por qué las
personas que no tienen nada son las que más motivos ven para vivir? No se trata
simplemente de tener o no cubiertas todas nuestras necesidades, sino determinar
qué es aquello que nos hace aferrarnos a nuestra vida y seguir con ella día
tras día.
“La vida no se mide en minutos, se
vive en momentos” (EL CURIOSO CASO DE BENJAMIN BUTTON, 2008)
En los
grandes países, los más desarrollados, donde conseguir cualquier cosa es
relativamente fácil, la vida de estas personas es un cúmulo de relaciones y actividades
rutinarias. Una rutina en la que es difícil vencer la inercia y aceptar cambios.
En aquellos países más pequeños, en los que las personas buscan cada día como
ganarse la vida o como conseguir su propia comida para poder sobrevivir para el
día siguiente, es donde de verdad se puede encontrar motivos para seguir
adelante, donde cada instante es aprovechado y preciado.
Por ello, no
es necesario tener un objetivo claro desde un principio o mantener esa razón
durante todo nuestro recorrido, sino tener algo en mente, evolucionar, buscar
motivos que nos hagan cambiar de vez en cuando nuestra vida lineal; pequeños motivos por los que cada día debemos
seguir siendo alguien y luchar por ello, apreciar todo aquello que tenemos y
disfrutar de los momento que rompen nuestra rutina diaria. Es necesario que vivamos
para vivir esos momentos, porque cuando todo se acabe, será lo único que nos
quede y lo que de verdad nos importará.
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