Verdad, mentira. Sinceridad, engaño. Son términos con los que convivimos a diario, y en cada acción que llevamos a cabo entran en juego. No hay cosa que hagamos o digamos en la que no nos planteemos si hacerle caso a nuestro “ángel” que nos habla por el oído derecho o a nuestro “demonio” que nos susurra por el otro. Uno nos dice actuar correctamente y el otro dejarte llevar por la mentira para alcanzar tu objetivo. Pero… ¿Es siempre nuestro “demonio” el malo de la historia?
Una cosa está clara, la mentira es una cualidad más del ser humano, y la ponemos en uso para llegar más lejos en nuestro objetivo cuando no funciona la transparencia en nuestras acciones. El engaño se ha convertido hoy en día en un mecanismo muy efectivo, ya que por defecto solemos creer que lo que vemos y oímos es verdad. En las campañas políticas se hace uso a menudo de esto último, aunque eso sería ya meterse en otros temas…
El engaño ha demostrado ser una característica ventajosa. Es algo flexible, se adapta a cualquier circunstancia en la que nos encontremos implicados y nos sirve como escapatoria ante algún problema, anteponiéndolo a decir la verdad, ya que esta podría ser comprometida por algún motivo. ¿Y qué pasa si nos descubren la mentira? Como seres humanos que somos, nos regimos por la ley del mínimo esfuerzo, por lo que preferimos inventarnos otra nueva mentira sobre la marcha a tener que decir la verdad y explicarla.
Entonces, si recurrimos tanto al engaño (a veces incluso inconscientemente), ¿Porqué lo vemos como algo malo considerándose una costumbre diaria en nuestras vidas? Los individuos mentimos sabiendo que lo hacen nuestros semejantes pero confiando, y consiguiendo buena parte de las veces, que en nuestro caso la mentira consiga su objetivo; pero hay un problema: la mentira deja un rastro de derrota para nuestro orgullo. Además preferimos que nos digan la verdad a que nos mientan, ya que aborrecemos que nos engañen. En definitiva, al mentir herimos nuestro propio orgullo, ya que estamos haciendo lo que no nos gustaría que nos hicieran a nosotros.
Los seres humanos somos de los pocos seres vivos, por no decir los únicos, que podemos resistir nuestros “instintos animales”. La respuesta a la pregunta de si has dicho alguna verdad en las últimas veinticuatro horas depende de nosotros mismos, ya que somos libres en elegir si decir la verdad o recurrir a la mentira. Tú decides. Y es eso, nuestra capacidad de negar nuestros impulsos y decidir por nosotros mismos lo que queremos es lo que nos distingue del resto de individuos.

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