“¡Han llegado los reyes!”
Esta frase sale por la boca de niños emocionados mientras despiertan a sus
padres todos los años en millones de hogares del mundo. Y esta frase es una
mentira. Una mentira que moviliza todos los años a millones de personas en los
lugares más recónditos del planeta. Pero al fin y al cabo, no es algo que le
produzca daño y secuelas morales a nadie. Todo lo contrario. Llena de alegría y
emoción a los más pequeños, y de ilusión y expectativas las semanas previas por
ver cumplidos sus deseados caprichos.
Todos los años escuchamos
frases del estilo de “Vamos a bajar los impuestos”, “Vamos a subir el salario
mínimo” o “Va a bajar la cifra del paro” en una serie incontable de meetings
políticos, que aparecen en la portada de numerosos periódicos nacionales y que
resumen el guion de noticias y telediarios. Estas afirmaciones son el resultado
de promesas electorales debido a las cuales miles de votantes acuden a las
urnas a dar su apoyo a uno o a otro partido político, fruto de la ilusión por
una futura situación del país mejor a la actual. Pero todas estas promesas
suelen quedarse en un engaño.
Estos ejemplos ratifican que
la ilusión en muchos casos suele ser fruto del engaño. No podemos saber si esas
promesas de los políticos van a ser realidades en un futuro, pero si tuviésemos
que apostar porque van a cumplirse, un razonamiento lógico nos llevaría a no
hacerlo.
En cambio, la ilusión que
siente un niño en el día de epifanía, su esperanza por convertirse en Cristiano
Ronaldo, en Messi o en una princesa, no es comparable con la de un adulto por
el cumplimiento de unas promesas políticas. Pero estas fantasías que tanto
ilusionan al niño, son un engaño, o al menos en su gran parte, de manera que
esta ilusión esta movida y condicionada por la mentira.
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